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La Virgen María en la vida espiritual según los doctores carmelitas: Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz

La Virgen María en la vida espiritual según los doctores carmelitas: Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz

Introducción

            Aunque la Orden del Monte Carmelo ha estado desde sus comienzos vinculada con la figura de la Santísima Virgen María, es notable constatar, en mayor o menor medida, las breves apariciones de la Virgen en los escritos de los tres doctores carmelitas actuales: Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Lisieux. Una lectura superficial pudiera dar la impresión de que María tiene un papel un tanto insignificante para el camino espiritual del creyente. Con todo, esta realidad más bien debería conducir a la misma convicción que expresa Jean Guitton (1996): no se necesita una visibilidad explícita de María pues, en el Carmelo, “es la misma atmósfera lo que es mariano (…) por su fundación, la impregnación, la consagración y el homenaje al silencio” (p.71). Por esto, los santos doctores no se preocupan tanto por un desarrollo doctrinal sobre el papel de María en el progreso de la vida del cristiano, sino más bien por una profunda vivencia espiritual mariana; vivencia que engendra en ellos una perspectiva personal y una expresión particular de este misterio de María para comunicarlo a sus lectores. Y, con todo, estas perspectivas y expresiones personales no dejan de estar enraizadas en la Divina Revelación de las Escrituras y la Tradición de la Iglesia, ni tampoco se dan de manera aislada de los mismos contextos históricos, culturales y eclesiales.

Si bien sería interesante exponer las condiciones que influyen en las perspectivas marianas de nuestros santos, el presente ensayo se limitará a realizar una breve síntesis de esa “mariología del corazón” expresada en los escritos más significativos que cada uno de los tres doctores carmelitas ha dejado para beneficio de la Iglesia. A pesar de que un ensayo tan corto no pueda agotar toda la riqueza contenida en los escritos, éste no pierde su valor para ofrecer un primer acercamiento a la espiritualidad mariana en los doctores carmelitas. Para la realización de esta síntesis, se irán desarrollando una serie de temas comunes en los santos para comprobar las coincidencias de su vivencia espiritual a la par que se podrán distinguir los audaces aportes que brindan desde su experiencia particular. Cabe advertir, sin embargo, que esta exposición pudiera ser una lectura un tanto subjetiva por el hecho de seleccionar arbitrariamente estos temas comunes.

María, modelo de la vida espiritual

            Este primer aspecto, que es un dato evidente ya desde los primeros siglos del cristianismo, tampoco pasa inadvertido en los escritos de los doctores carmelitas. Es una realidad muy fundamental pues el ser humano aprende por imitación y esto no se ve suprimido tampoco en el camino de la vida espiritual. Por eso, los tres santos presentan a sus lectores algunas de las excelencias de María a las cuales pueden aspirar y como ejemplos que han de reproducir. Esto no es ninguna sorpresa pues los tres reconocen, con toda la Iglesia, que María goza de una especial familiaridad con Dios y ella es la imagen clara de lo que el ser humano está llamado a ser por su vocación sobrenatural: la unión con Dios.

Entre los muchos aspectos que podrían abordarse sobre la ejemplaridad de la Virgen, es muy impresionante constatar que los doctores coincidirán en dos puntos importantes para la admiración-imitación de María: el sufrimiento y la fe.

 

Modelo en el sufrimiento

            Sobre el sufrimiento, el modelo de María está delante de ellos como un consuelo y una esperanza que fortalece. Ella viene a ser un modelo de paciencia y de amor en medio de las dificultades.

Pero, primero que nada, y está la gran intuición de Santa Teresa de Lisieux, el sufrimiento de María es lo que la hace cercana a cada ser humano y permite su lugar como modelo para los cristianos. Es de esa forma que María interpela el corazón del creyente:

(…) Contemplando tu vida según los Evangelios,/ ya me atrevo a mirarte y hasta acercarme a ti;/ (…) pues te veo mi igual en sufrir y morir/ (…) No temo el resplandor de tu gloria suprema / he sufrido contigo, y ahora yo deseo/ cantar en tus rodillas, María, por qué te amo (…) (PN 54, 2. 25)

Pero estos sufrimientos no son en ninguna medida un castigo divino, sino un medio de comunión con la obra redentora de Dios. Así, por ejemplo, podemos leer en las Cuentas de Conciencia[2] de Teresa de Ávila: Esto me dijo el Señor otro día: “¿Piensas, hija, que está el merecer en gozar? No está sino en obrar y en padecer y en amar (…). No pienses, cuando ves a mi Madre que me tiene en los brazos, que gozaba de aquellos contentos sin grave tormento. (…)”. (CC 30, 1)

De esta manera, la locución que la Doctora Mística recibe de Cristo viene a poner ante ella el modelo de María: Así como ella padeció grave tormento, siempre con amor, de igual forma lo ha de padecer el que busca acercarse a Dios.[3]

Por su parte, en un pasaje del Cántico Espiritual en que se va describiendo la fortaleza que Dios da al alma y el sosiego que ésta experimenta en la transformación de amor que Dios realiza en ella, San Juan de la Cruz advierte al lector lo siguiente: “En algunas veces y en algunas sazones dispensa Dios con ella, dándole a sentir cosas y a padecer ellas, porque más merezca y se afervore en el amor, o por otros respetos, como hizo con la Madre Virgen (…)” (CB 20,10). Y así, al observar lo que ocurre en María, que es toda pura, el alma que padece las “aguas del dolor” incluso en un momento de gran avance espiritual, puede permanecer tranquila de que sus sufrimientos son conforme a la voluntad de Dios, que quiere que “merezca y se afervore”, y de que está transitando por la senda segura de la perfección.

 

Modelo de la fe

En cuanto a la fe, los doctores resaltan especialmente los elementos que rodean esta virtud para darle un carácter o un tono mariano que, al final, viene a ser el carácter al que todo cristiano ha de tornarse.

Teresa de Ávila viene a resaltar especialmente un aspecto de humildad, oscuridad y resignación que María vive en el momento de la Anunciación (cosa que también habla de su sabiduría):

¡Oh secretos de Dios! Aquí no hay más de rendir nuestros entendimientos y pensar que para entender las grandezas de Dios no valen nada. Aquí viene bien el acordarnos cómo lo hizo con la Virgen nuestra Señora con toda la sabiduría que tuvo, y cómo preguntó al ángel: ¿Cómo será ésto? En diciéndole: El Espíritu Santo sobrevendrá en tí; la virtud del muy alto te hará sombra, no curó de más disputas. (MC 6,7)

Y, en su propia meditación, esta misma respuesta a la oscuridad de la fe será un aspecto decisivo en la devoción que Teresita profesa hacia la Virgen pues de ella aprende a vivir su propia noche:

(…) Ahora ya comprendo el misterio del templo/ Madre tu dulce Hijo quiere que seas el ejemplo/ del alma que le busca de la fe en lo escondido/ Puesto que el Rey del cielo quiso ver a su Madre/ sumergida en la noche y en la angustia del alma/ María, ¿es, pues, un bien el sufrir en la tierra? (PN 54, 15)

 

El espiritual como “alter Maria”

Un último punto para finalizar este primer apartado es que cabe recordar una advertencia sobre la ejemplaridad de María: Resulta ineludible el tener presente que los mismos santos descubrirán en sus experiencias místicas una “re-presentación” de la experiencia interior de María, una actualización de su misterio en la persona del creyente. Así parece plasmarlo el Doctor Místico cuando, hablando del alma que se ha identificado con la voluntad de Dios y es movida totalmente por Él, establece directamente la comparación: “Tales eran las de la gloriosísima Virgen nuestra Señora, la cual, estando desde el principio levantada a este alto estado, nunca tuvo en su alma impresa forma de alguna criatura, ni por ella se movió, sino siempre su moción fue por el Espíritu Santo.” (S III, 2,10)

Igualmente, mucho podría desarrollarse respecto esa re-presentación, pero es destacable el detenerse en ese aspecto de la inhabitación divina pues, el alma que descubre a Dios en sí misma, no puede evitar mirarse como reflejo de aquel misterio de la Encarnación:

“Quiso (el Señor) caber en el vientre de su Sacratísima Madre. Como es Señor, consigo trae la libertad, y como nos ama hácese a nuestra medida” (CE 28,11).

“Oh, Madre muy amada, pese a mi pequeñez, / ¡como tú, yo poseo en mí al Omnipotente!” (PN 54, 5)

Esa “re-presentación” del misterio de María encontrará en la expresión verbal unas notas que parecieran excesivas cuando se hace referencia a una especie de “sustitución de personas”, idea que Guitton (1996) hace notar con mucha más claridad cuando presta atención en un pasaje del poema de Teresita en que escribe: “Cuando a mi corazón desciende Jesús-Hostia,/¡cree posar en ti tu Cordero inocente!” (PN 54, 5). Pero también algo parecido, aunque menos explícito, se encuentra en una visión de Santa Teresa de Jesús en que Cristo se pone en sus brazos, “a manera como se pinta la Quinta angustia” (CC 48, 4), imagen en que representa a María sosteniendo el cuerpo muerto de Jesús. Entonces, por la acción de la gracia divina, se realiza en el alma una reproducción del misterio de María al punto de que se puede afirmar un intercambio (no real en sentido estricto): el creyente se vuelve alter Maria para Cristo-Dios.

María, presencia efectiva en la vida espiritual

Mucho más sobria es la exposición de María en su función efectiva como “influjo salvífico”. Pero no por ello es un tema ausente pues los doctores (particularmente las dos religiosas) destacan la intercesión de María que pone de manifiesto sus cuidados maternales.

Teresa de Ávila conoce de primera mano la intercesión de María cuando, habiendo muerto su madre, recurre a la Virgen para que sea su nueva madre y, líneas más adelante en su relato, le adjudicará a ella el don de su conversión: “conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me he encomendado a Ella y, en fin, me ha tornado a sí” (V 1, 7). Es por esto que no duda en recomendar continuamente su poderosa intercesión: “Las que se vieren en este estado han menester acudir a menudo, como pudieren, a Su Majestad, tomar a su bendita Madre por intercesora, y a sus Santos, para que ellos peleen por ellas (…)” (1M 2, 12)

Y, para Teresita, la experiencia de la Virgen de la Sonrisa, así como las múltiples confirmaciones de la protección de María que experimentó en su vida, le permiten recurrir con confianza a ella en sus propias necesidades y las de sus conocidos (Cfr. Cta 92 y 105).

En este mismo sentido de la intercesión de María ella tiene una capacidad para congraciar al cristiano para con Dios. Así, por ejemplo, Teresa de Ávila, describiendo un momento de tensión entre su profunda miseria y la inmensa misericordia de Dios viene a decir: “Aquí es el deshacerse de veras y conocer vuestras grandezas; aquí el no osar alzar los ojos; aquí es el levantarlos para conocer lo que os debe; aquí se hace devota de la Reina del Cielo para que os aplaque (…)” (V 19, 5)

Y, de igual manera, en esta acción de congraciar, María tiene un lugar especial como “aquella que presenta a Dios”; ella es la nuptiarum consiliatrix. Esto se puede observar con mayor fuerza en Santa Teresita al considerar ese co-protagonismo de María en el Acto de Ofrenda, tal como lo notó Martínez Blat (1998, p.36): “Os ofrezco, ¡oh bienaventurada Trinidad! el Amor y los méritos de la Santísima Virgen, mi Madre querida; a ella le confío mi ofrenda, rogándole que os la presente” (Or 6). Y en una línea similar, Teresa de Jesús cuenta una visión muy significativa: “(…) parecíame sería bien renovar los votos; y en queriéndolo hacer, se me representó la Virgen Señora nuestra por visión iluminativa y parecióme los hacía en sus manos y que le eran agradables (…)” (CC 41).

Conclusión

Al finalizar este ensayo, resulta evidente que la falta de un énfasis explícito o de un tratado doctrinal reservado a María por parte de los santos doctores no disminuye en forma alguna la sólida noción que éstos tienen de su importante tarea en la vida espiritual de los cristianos como modelo y presencia efectiva. Ella es Madre de los creyentes en toda la belleza y profundidad que alcanza esa palabra.

Queda, sin embargo, la gran cuestión: Si María es tan importante, ¿Por qué los doctores no se explayaron más en comentar sobre ella? Al respecto, es sugestiva la consideración que Guitton (1996) realiza sobre los motivos de esta austeridad en Teresa de Lisieux recordando que el sentido más verdadero de la devoción mariana es venerar a María en orientación hacia Cristo. María es un ser creado y, por eso, es un instrumento o camino hacia Dios. Detenerse en ella sería un error que dispersaría el corazón y lo encerraría en el orgullo. A María sólo puede acercarse uno contemplándola y amándola en su unión total con Dios. Por lo que su presencia explícita se ha de volver implícita al final de los progresos de la vida teologal para permitir es unión esponsal inmediata entre Dios y el hombre. (p. 82)


 

Referencias

Guitton, J. (1996).La devoción mariana en  Teresa, en El genio de Teresa de Liseux. Valencia: EDICEP.

Léthel, F.-Ma. (1996). Teresa y el misterio de María, en Teresa de Lisieux. Vida, doctrina, ambiente. Burgos: Monte Carmelo.

Martínez Blat, V. (1998).“La Virgen María en Teresa de Lisieux”.  Teresianum 49, no. 2 https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/5364163.pdf

San Juan de la Cruz (2016). Obras Completas. Ciudad de México: Editorial Porrúa.

Santa Teresa de Jesús (1986) .Obras Completas. Madrid: Editorial Católica.

Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz (2010).Obras completas. Burgos: Monte Carmelo.

[1] En el presente escrito, para la citación de las obras de los doctores carmelitas, se usarán las mismas siglas que ofrecen las ediciones de sus Obras Completas enlistadas en la última sección de Referencias.

[2] La edición de las Obras completas de Santa Teresa de Jesús, usada para este ensayo, optó por unificar las Relaciones y Mercedes bajo la nomenclatura de Cuentas de Conciencia ordenando estos escritos por orden cronológico.

[3] Esta misma idea estará presente en las Séptimas Moradas tomando de nuevo el ejemplo de María. (cfr. 7M 4, 5)

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